Cuando el dinero sale por la puerta el amor salta por la ventana

Más de 10 años después de la profunda recesión de 2008, mientras las políticas expansivas de los bancos centrales mantenían a flote a duras penas una escasamente competitiva UE, que intentaba hacer frente al resto de tiburones que merodean por el inmenso océano económico mundial, comienza a verse nerviosismo; comienza a hacerse patente que el sueño europeo no es tan sencillo de llevar a cabo; comienza, valga la comparativa marital tantas veces vista en situaciones económicamente comprometidas, una discusión detrás de otra, porque las cosas no van bien, porque ya no es tan fácil hacer y deshacer, porque no hay margen.

Cuando todo iba bien era otra cosa. Las discrepancias menores quedaban relegadas al olvido, no importaba. Lo principal era seguir avanzando. Pero en el momento en que no se discierne fácilmente un rumbo determinado, y en un claro ambiente de dificultad económica, junto a que no todos piensan que haya que remar en la misma dirección (y especialmente cuando pasan años y la situación se mantiene), ese entorno de paz, amor y conciliación empieza a desvanecerse.

No todos lo países de la UE se con capacidad y solvencia para afrontar la próxima crisis que se nos presenta. Algunos de ellos (véase España) con una deuda pública más dilata de lo que debiera, deben estar empezando a realizarse esta fatídica pregunta: ¿qué narices puedo hacer para que esto arranque si estamos hasta el cuello y seguimos igual?

Parece que Alemania por lo menos ha sido proactiva y ha presentado un plan de gasto público de 50.000 millones de euros (un 5% del PIB español, se dice pronto), que a nosotros nos vendrá bastante bien puesto que es uno de nuestros principales socios comerciales, pero ahora toca ver qué capacidad de reacción tiene todavía el BCE y, si esto se complica un poco más de la cuenta, cuál será la repercusión en la UE, y especialmente en la europeriferia.